15/8/08

Ni muy muy, ni tan tan

Muchas fueron las quejas que escuché sobre la indiferencia colombiana ante la violencia. Mucha la admiración a las reacciones masivas de los españoles frente a los atentados de la ETA y a organizaciones como las Madres de la Plaza de Mayo por reivindicar la memoria.

Viví en un país donde la violencia en casi todas sus formas está naturalizada. Nos es familiar un vocabulario amplio sobre armas, calibres, explosivos, drogas, componentes químicos, estrategias militares, tropas, brigadas, coordenadas, secuestros, torturas, etc. Nuestra capacidad de asombro es casi inexistente y hace rato perdimos la cuenta de las bombas (atentados terroristas como los llaman ahora), los muertos y las víctimas.

Por venir de donde vengo, la conmemoración de los 14 años de un atentado terrorista me sorprende, pero para ser sincera, me molesta, me genera sensaciones encontradas.

Por un lado, no me siento orgullosa de tener callo ante la violencia, de hecho, he descubierto con regocijo que con el tiempo ese callo se vuelve costra, y poco a poco vuelve a ser piel, o sea, la sensibilidad se recupera, pero de a poco. Creo que está mal aprender a vivir con incertidumbre sobre el bienestar, y por el contrario con una serie de certezas sobre horribles posibilidades a realizarse. No deberíamos acostumbrarnos a vigilar lo que hacemos, con quién lo hacemos, o cómo, ni tener que dar consejos a nuestras familias si algún día nos secuestran. Estuvo muy mal salir de viaje por carretera siempre en tenis, no por elección, sino para poder aguantar las caminatas en caso de que la guerrilla hiciera pesca milagrosa.

Está muy mal que tengamos un top ten de las masacres más famosas, o incluso que seamos capaces de rodar el chiste de los once equivocados (cuando se supo del asesinato de los 11 diputados, y a la vez la selección de fútbol hacía desastres en la Copa América).

Por otra parte, admiro que la sociedad civil en masa rechace los actos violentos, como pasa en España con lo que hace ETA; que baste un solo muerto para movilizar miles de personas en las calles; que los medios de comunicación se consideren sociedad civil antes que simple observadores, y también sean dolientes; pienso que está muy bien que en Argentina se haya instituido el Día de la memoria para evitar que vuelva a haber otra dictadura; que las víctimas reclamen justicia antes que reparación económica; que se haya anulado el perdón y el olvido; y que insistan con marchas para que no haya impunidad.

Pero ¿cuándo es suficiente recuerdo y memoria? ¿hay algún límite, algún momento en el que se supere? ¿No llega a ser a veces, demasiado? Por ejemplo: era necesaria la destitución del jefe de gobierno por el caso Cromagnon?, es indispensable hacer de un bar que se incendió un altar y cerrar la calle para siempre? No será que los familiares de las víctimas se aferran a su tragedia convirtiéndola en plan de vida? es necesario cerrar un montón de calles en un zona comercial importante todos los años para recordar lo mismo?

No puedo dejar de pensar que si hiciéramos lo mismo en Colombia, tristemente no tendríamos fecha en el calendario sin recordar una tragedia. No puedo evitar pensar en qué pasaría si los familiares de las miles y miles de víctimas sólo se dedicaran a marchar y a ocuparse de que los suyos no caigan en el olvido. Por triste que sea, por efecto de la acumulación de muertos de años, simplemente nos paralizaríamos.

Entonces creo que admiro la capacidad de recuperación de los colombianos, o su sumisión para seguir adelante, no sé todavía. Las familias asumen y superan sus pérdidas, procuran continuar con sus vidas, y no creo que ellos olviden a sus muertos, simplemente no los hacen su razón para existir. Dudo mucho que las nuevas generaciones no se lleguen a enterar sobre los miembros perdidos por la violencia, seguro que lo saben, pero no creo que fueran mejores personas si desfilan en una marcha con las fotos de gente que ni siquiera conocieron.

Puede ser que les falte ahinco en el pedido de justicia, puede ser que al aceptar “la voluntad de Dios” no se ocupen de seguir o siquiera de abrir procesos judiciales por lo que les ha pasado, ese tampoco es un extremo deseable.

Pero no puedo dejar de pensar en que me molestan los actos de conmemoración de 14 años de un atentado, así como las marchas de Cromagnon, y todas esas eternas reivindicaciones, porque no creo que le hagan bien a nadie, porque no creo que aporten nada a nadie, no creo que sean sanas ni siquiera para quien las hace. Los procesos de duelo consisten en enfrentar y superar la pérdida, no en quedarse pegado como disco rayado a falta de mejor plan.

Ni tanta resignación que se caiga en el total olvido, ni tanto reclamo que caiga en lo enfermizo.

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