15/8/08

Sin resignación

Una amiga dice que los hombres son como las empleadas de servicio: si cocinan no planchan. Al parecer la vida es así, hay quienes dicen “Todo no se puede tener mi amor”, así que me puse a pensar, si no hay más remedio, ¿qué se puede resignar?

Pensando en eso, llegué a la conclusión que el asunto de la pareja, es así como el empleo y el apartamento. En un país con altos niveles de desempleo, además con una cultura bastante sumisa de por sí, no es natural renunciar a un trabajo a menos que se tenga una mejor oferta. Como muchos sufren por no tenerlo, quien lo consigue, se aferra a él con uñas y dientes, sin importar si es bueno, si la paga convence, o si hace algo por su crecimiento personal. A su vez, la movilidad no es mucha, a menos que se trate de alguien con muchas ofertas, o todo lo contrario, con muchos despidos en su haber. Resignamos todo lo malo que tiene un trabajo, sólo por el hecho de tenerlo, de tener una estabilidad, y un depósito en la cuenta mensualmente.

Pasa parecido con el lugar dónde vivir. La mayoría de veces vivimos donde podemos, y no donde queremos. El arriendo es el principal limitante, y luego que te acepten el fiador que tienes, y si eso se acomoda, terminas aceptando que el sitio tenga poca luz, o que la presión del agua sea mala, o que la alfombra sea un desastre, y así terminamos conformándonos con un precio, y con suerte con alguna ubicación o con una fecha conveniente de mudanza. Por eso, cuando alguien tiene la suerte de encontrarlo todo, o casi todo en un lugar, se aferra con todas sus fuerzas, y hace lo posible por no dejarlo ir.

En esos panoramas desesperados –de desempleo y sin vivienda- nos disponemos a resignarlo todo, justamente porque no tenemos el tiempo de ser selectivos, o porque no podemos darnos el lujo de serlo. La soledad parece ser un horizonte desesperado, para el que “cualquier bondi (bus) nos deja bien”, porque la sensación puede ser tan desagradable que nos lleva al punto de creer que elegir es un lujo. No obstante, procuro recordarme que no es suntuoso, sino el mínimo deber conmigo misma. Es verdad, la soledad acosa como la pobreza, pero si soy capaz de gambetearla un rato, mi margen de maniobrabilidad mejora, y eventualmente sabré elegir y con mucha suerte encontrar una rareza absoluta: que la ropa, la comida y la casa pueden estar impecables.

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