25/9/08

Detestable hipocresía

Recuerdo que uno de los insultos más recurrentes y ofensivos en las peleas de amigas en mi época de colegio, era hipócrita. A pesar de vivir en un país donde la corrupción viene en la información genética, parece que teníamos bastante bien infundado que eso de ir de doble juego era lo peor que se podía hacer.

Nada como ser frentero, viniendo de la vereda que se venga. Por eso, en su momento, me caía mejor Pablo Escobar que los Rodríguez Orejuela. El primero “ajusticiaba” a su manera, los otros corrompían el establecimiento. El primero se declaraba abiertamente un capo, un matón, los otros se hacían llamar empresarios.

Los hipócritas me ofenden, me asaltan en mi buena fe, me subestiman la inteligencia, me toman por imbécil, y eso, es quizás lo que más me irrita.

Serán las casualidades, pero aquí, en Argentina, he conocido más mujeres hipócritas que hombres (alimentando mi misoginia), además lo son hasta el tuétano, con todas las ganas, con toda la furia, me generan ripia, me revuelven el estómago, me duelen las entrañas sólo tener que escucharlas.

La capo de todas, la presidenta, que es de esa clase de personas que me hace avergonzarme de pertenecer al mismo género. La mujer no puede ser más absurda porque no es más vieja, con su discurso airoso y contradictorio, con sus mentiras en la cara de la gente (que los precios de la comida bajaron, cuando a nadie que yo conozca le alcanza más el sueldo), tirando de progresista y diciendo que no compra zapatos de 80 pesos (que yo no puedo comprar) porque se disfraza de pobre (lo que me pondría a mí, en la línea de indigencia, y no es por nada, pero por suerte no estoy tan abajo en la cadena).

Luego, he tenido que lidiar más de cerca con otra mujer, recalcitrante, detestable, que se precia de ser la primera en alinearse para ayudar a los pobres de las villas, mientras construye su discurso seudocaritativo así: “hay que sacar a esa morochada de las villas” o “y estaba viendo la marcha de andrajosos, todos gordos, sucios, mal vestidos, con los nenes, morochos todos, muertos de hambre, como los llevan a protestar engañados”.
En su parloteo incesante habla de la injusticia social, se queja de los precios, del gobierno, se las da de muy culta, mientras habla de sus viajes por el mundo o luce (muy mal además) una cartera Dolce&Gabana.

No es que yo deteste a los “ricos”, si acaso les envidio la plata, pero por eso de que “mi dios le da pan al que no tiene dientes” (mi pensamiento en el momento es como ésta levantada puede darse esos lujos!). No hago un juicio de valor sobre sus ideologías, sólo me ofende profundamente cuando son tan de doble filo, tan caretas, que sean incapaces de hacerse cargo de que realmente detestan a los pobres, que no los soportan cerca, que discriminan por todos los aspectos: por raza, por educación, por condición económica, por nacionalidad, por género, por todo lo que se pueda discriminar, y que no tengan el coraje ser de frente quienes realmente son.

Tampoco creo que la gente deba andar predicando sus ideologías a diestra y siniestra, nadie tiene por qué enterarse de sus gustos y disgustos, entre otras porque podrían ser agresores; pero entonces podrían callarse la boca, y no tener la cara dura de no hablar de desigualdad social y los negros brutos que la miran en el gimnasio en los mismos cinco minutos.

9/9/08

Diversificando el portafolio

No soy experta en portafolios de inversiones, pero algo me hace pensar que se parece mucho a como uno se puede manejar mientras busca pareja.
Las inversiones se pueden medir en cantidades de tiempo y atención. Los niveles de riesgo, son las expectativas. Los rendimientos, la satisfacción que le de a uno cada relación.

Hay varios tipos de inversionistas, y prácticamente ninguna forma de invertir es equivocada, lo importante es saber qué se espera del portafolio, con qué capital se cuenta, cuánto riesgo se es capaz de asumir, y qué clase de inversionista se quiere ser.

Existen los inversionistas arriesgados, kamikaze, que hacen grandes inversiones, con altos niveles de riesgo, y a la hora de los resultados, éstos son más que proporcionales: se gana y se pierde en grande.

A esta clase de inversionista un consejero le diría que divida la torta, y no ponga todas sus fichas en una inversión, sino que por el contrario, las reparta, un poquito en algo de bajísimo riesgo, otro en riesgo mediano, y sí un poco más a la de alto riesgo. De esta manera, siempre tiene capital, no genera dependencia de una sola inversión y no se entrega del todo a la suerte, porque si bien el mercado se mueve por la especulación de la información, hay una cuota importante de suerte. Les aseguro que el que salió a la bolsa el famoso 11 de septiembre, podría tener toda la información del mundo, pero ese día, simplemente no se levantó con el pie derecho.

También están los inversionistas muy conservadores, quiénes sólo ponen su dinero en inversiones de riesgo casi cero, así el rendimiento sea poco, pues no se dejan tentar con la posibilidad de mayores ganancias y le huyen a cualquier posibilidad de crash. Son gente que programa sus ahorros, y prefiere vivir con menor liquidez, pues depende de su inversión para vivir.

Aquí el consejero diría que vale la pena así sea una pequeña parte, ponerla a mayor riesgo, a fin de cuentas, la idea siempre es aumentar los rendimientos, además, probar el vértigo de la posibilidad de ganar mucho, también es rédito.

No soy amiga de los extremos, creo que el inversionista ideal, es quien se atreve a arriesgar, pero no deja de tener algo seguro. Por qué no dejamos de arriesgarlo todo, casi siempre con grandes pérdidas, y empezamos a repartir las expectativas con la diversificación del portafolio? Las inversiones solamente seguras, tienden a ser aburridas, y las riesgosas, suicidas. Creo que la clave está en tener más de una, y sólo abandonar la diversidad si una en especial merece la pena, luego de tener evidencia de la rentabilidad a bajo riesgo.